Hace dos años María Velasco, promotora y profesora de una escuela de hostelería, reside en ese país. Nos cuenta cómo conoció la Obra, sus primeros años romanos y sus impresiones en este nuevo país donde hace poco un terremoto ha azotado estas tierras.
Mi primer contacto con el Opus Dei fue a través de personas que, sin ser de la Obra, acudían a los medios de formación. Un amigo, una profesora, unas compañeras, crearon y despertaron en mí el interés -quizá en un principio por curiosidad- de conocer aquello que me parecía era la causa de hacer muy agradable su amistad y comportamiento.
Unos días de vacaciones en Madrid, un curso de retiro en Segovia y cortas visitas a un sanatorio de enfermos de pulmón, actualmente desaparecido, fueron determinantes en la decisión que tomé una tarde de mayo en Salamanca: pedir la Admisión como Numeraria.
El conocimiento que entonces tenía del Opus Dei era profundo en lo esencial, pero reducido. Las mujeres de la Obra, en aquel 1959, todavía no estaban en Zamora ni en Salamanca. Una vez terminados los exámenes de oposiciones a Magisterio, que en esas fechas estaba haciendo, fui a vivir a un Centro de la Obra. En Santiago de Compostela, Pamplona y Madrid descubrí nuevas facetas de mi vocación. Pasado algún tiempo, me trasladé a Roma, donde colaboré con clases de diversas materias y distintas metodologías.
Mi vocación profesional, la enseñanza, ha estado siempre presente, la haya ejercido más o menos directamente, pero lo más importante de mi estancia romana fue todo lo que recibí. El vivir cerca de San Josemaría y de Don Álvaro fue la mejor escuela, y ellos fueron los mejores maestros de mi vida. El ejemplo de su vida y sus palabras no dejaban indiferentes: arrastraban.
Poder convivir con personas de todo el mundo en un Centro Internacional me enriqueció sobremanera, abriéndome nuevos horizontes y permitiéndome “conocer el mundo” sin viajar. Junto a las Numerarias Auxiliares me he formado en los trabajos del hogar valorándolos como un servicio imprescindible para el buen funcionamiento de la familia y de la sociedad.
Hace dos años mi vida dio otro salto: vivo en Nagasaki. Me movió a viajar a Japón, ya después de mi regreso a España, poder colaborar una temporada como Promotora de Educación Internacional en una obra corporativa del Opus Dei: “Mikawa Cooking School” , una Escuela de Hostelería de Nagasaki. Ahora, dos ciudades forman parte de mi vida en Japón: Nagasaki con 440.000 habitantes y Ashiya con 90.000.
Desde mi llegada en el 2009, compruebo y me beneficio constantemente de las tradiciones y costumbres japonesas: su perenne cortesía que no se pierde ni en los momentos más tensos; el acatamiento incondicional a la autoridad ya sea civil, empresarial o familiar; la independencia en el pensar y actuar que, al mismo tiempo que individualiza, crea una gran libertad y respeto en el comportamiento y creencias. Aquí nunca llamarás la atención por cómo te comportes, por cómo te arregles, por la religión que profeses o por lo que te pongas o lleves encima.
No me parece difícil adaptarse al país si uno se da cuenta que hay mucho que aprender de los japoneses, bastante que admirar y algo -muy poco- que pasar.
El idioma es una barrera que se puede -que intento- saltar con lo que yo llamo el idioma internacional: los gestos. Tengo la gran suerte de vivir con algunas japonesas que hablan castellano. No pienso que sean barreras -aunque son muy diferentes- la comida, los palillos y las pantuflas. La comida es muy sana, nunca sienta mal, otra cosa es que guste o no. Los palillos son un aliciente para conseguir “pescar” cada vez más cosas. Las pantuflas tienen la ventaja de mantener la casa más limpia y no hacer ruido; sólo puede pasar que, al principio, te olvides de quitártelas al salir a la calle y tengas que, a los pocos pasos, volver a por los zapatos.
Por el poco tiempo que llevo aquí, la impresión que tengo -no sé si será cien por cien conforme a la realidad-, es que los japoneses son espirituales por naturaleza y tradición.
Actualmente la mayoría no practica; en parte, porque sus religiones no exigen prácticas concretas. Desean la protección de los dioses y lo manifiestan con infinidad de templos, templetes junto a las casas, limosnas, cementerios y peticiones. Al templo por lo general, excepto los muy piadosos, suelen acudir en tres ocasiones: nacimiento, boda y funeral. En una misma familia no es raro que haya personas de distintas religiones.
Pienso que la situación de la mujer ha cambiado y continúa cambiando. Sigue con orgullo siendo la señora de la casa. Todavía hay personas que, al casarse, dejan todo para dedicarse a su casa e hijos pero, por lo que veo en la calle, las mujeres tienden a trabajar cada vez más fuera del hogar. El número de hijos está disminuyendo y la estabilidad de la familia es menos fuerte que en el pasado. Conozco a mujeres extranjeras casadas con japoneses, a profesionales japonesas que han estado en España, en Salamanca, y a universitarias que desean aprender castellano para viajar por motivo de estudio a países donde se habla ese idioma. De estas últimas, ninguna es católica. Con emoción he asistido a bautizos y trato a mujeres conversas en las que se nota el poder y la fuerza de la fe católica.
Ahora hay –con motivo de este terremoto-, muchas familias destrozadas e incompletas. Campos y ciudades desolados. Arrecifes costeros que ahora esconden ilusiones, recuerdos y proyectos. Unos corazones llenos de dolor, de protestas ahogadas, unas mentes serenas con deseos de superación que quieren, sin olvidar el pasado -porque forma parte de su vida- reconstruir un futuro mejor. Todo el país busca con urgencia poder salir de esta situación y lo manifiestan cada uno a su modo y según sus posibilidades. A medida que pasa el tiempo a los damnificados les gustaría tener datos más concretos sobre muchos aspectos: la radiactividad, el tiempo que durará la estancia fuera de su tierra, las ayudas económicas, etc.
Pienso que lo humano se ha rendido ante la evidencia de las fuerzas de la naturaleza, pero el espíritu japonés ha engrandecido y fortalecido esa impotencia humana con unos deseos enormes de lucha, de no hundirse ante una situación tan devastadora. La tragedia ha sido enorme y son conmovedores los testimonios de las personas que la han vivido más directamente. Ante acontecimientos como este, además de los grandes avances científicos y técnicos que en todos los campos se están produciendo, tengo la certeza de que mucha gente en el mundo ha acompañado a Japón -nos ha acompañado- con su oración y ayuda en todos los campos y pienso que muchos se habrán replanteado la búsqueda de la auténtica Verdad.